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viernes, 13 de abril de 2012

Una visión antropológica de la reforma laboral



Una visión antropológica de la reforma laboral


Fuente:http://www.diariodeleon.es/noticias/opinion/una-vision-antropologica-de-reforma-laboral_681362.html


DOCTORANDO EN HISTORIA 05/04/2012

Dentro de los múltiples puntos de vista o enfoques para definir nuestra postura personal ante la importante reforma laboral que el Gobierno ha puesto sobre la mesa y que supone una cambio profundo del marco de las relaciones laborales podríamos hacer una reflexión desde una perspectiva antropológica, en el conjunto de una visión holística de desarrollo socioeconómico de una sociedad y hecha dentro de las estrategias de innovación que adoptan las diferentes culturas ante la necesidad de cambios en su sistema.

En 1960 el paleontólogo Albert S. Romer desarrolló una regla intentando explicar la evolución de los vertebrados terrestres a partir de animales acuáticos. Los antepasados de los animales terrestres vivían en charcas que se secaban dependiendo de la climatología y las aletas de estos peces evolucionaron en patas para permitirles ir cambiando de charca según se iba secando la anterior. Así, una innovación como las patas, que se originó para mantener la vida en el agua se demostró esencial para el desarrollo de la vida terrestre. La regla de Romer nos dice fundamentalmente que una innovación que se introduce para mantener un sistema puede jugar un papel primordial en cambiar ese sistema. Con el tiempo esta idea ha hecho fortuna entre los científicos sociales como una explicación de las estrategias de adaptación en la evolución de las sociedades en diversos niveles.

Siguiendo este mismo razonamiento, y aplicado históricamente, los cambios introducidos en la Revolución Industrial de finales del siglo XVIII se idearon para producir con más eficiencia productos que ya se utilizaban ampliamente, basados en las manufacturas del algodón y del metal, este incremento en la fabricación trasladó la producción de los hogares a las fábricas, y la maquinaria reemplazó a la mano de obra, se impulsó el crecimiento urbano y se creó un nuevo tipo de ciudad, agrupando fábricas y obreros en lugares concretos para reducir los costes, es decir, unos cambios introducidos para hacer más eficiente un sistema derivaron en el cambio del sistema; las sociedades agrarias evolucionaron en sociedades industriales.

La evolución, por tanto, se produce en forma de incrementos pautados. Los sistemas dan una serie de pequeños pasos para mantenerse y gradualmente van cambiando. Si aplicamos o transponemos la regla de Romer al desarrollo de una cultura, generalizando sobre la evolución socioeconómica, deberíamos esperar que la gente se resista a los proyectos que requieren grandes cambios en sus vidas cotidianas, sobre todo a aquellos que afectan a su subsistencia.

Los motivos para modificar nuestro comportamiento vienen de las preocupaciones de la vida cotidiana que no son las mismas dependiendo del sistema económico en el que se desarrolle nuestra actividad, sistemas económicos de subsistencia versus sistemas económicos de comercialización. Los valores de las sociedades más tradicionales establecidas en sistemas de subsistencia no son tan abstractos como algunos conceptos usados en nuestro entorno, expresiones como «progresar», «invertir en I+D+i», «mejorar la productividad», «ser competitivos» son más propios de pueblos con un modelo de sistema productivo ideado para la comercialización donde la motivación del beneficio está fuertemente instaurada. La gente generalmente sólo está dispuesta a cambiar lo estrictamente necesario para mantener lo que tiene. Podríamos preguntarnos si reformamos para avanzar o reformamos para que lo que tenemos siga funcionando como lo conocemos, parece evidente que últimamente las reformas se han planteado para que las cosas sigan funcionando como están. En síntesis, podríamos decir que la meta de la estabilidad en una sociedad es el principal empuje para el cambio.

Ante la nueva reforma laboral se pueden adoptar tres posturas; la primera, la postura de no reformar nada, mantenerse inmóvil, actitud que sin duda supondría el agotamiento y el colapso del sistema, como así parecen indicar los datos de estos últimos años, la segunda, hacer pequeñas reformas que básicamente supone reformar para conservar las cosas como están, es decir, reformar un sistema para mantenerlo y que, sin duda, a la larga acabará desembocando en el nacimiento de un nuevo sistema, como hemos dicho las innovaciones hechas para mantener una estructura acaban derivando en otra estructura y, por último, hacer reformas de tal calado que supongan una ruptura radical con un sistema para alumbrar uno nuevo, lo que podríamos llamar una innovación excesiva.

Si las innovaciones son demasiado amplias podemos encontrarnos con lo que el antropólogo Conrad P. Kottak denomina la falacia de la sobreinnovación que, básicamente, nos explica que los beneficiarios del desarrollo desean cambiar pero manteniendo lo que tienen y, si bien desean cambios, los quieren dentro del marco de sus valores tradicionales. Deberíamos tener en cuenta si argumentos como los de actualizar las relaciones laborales, introducir nuevos tipos de contratos, que se aplican en países como Alemania, y que parece buscarse su transposición a todos los países europeos son aceptables en estas sociedades o si la idea de la globalización perseguida tiende a anular las diferencias y a homogeneizar necesidades y las respuestas que se encuentren.

Dependiendo de cuál sea nuestra postura, incluso de una manera inconsciente, sobre estas clásicas estrategias de adaptación e innovación de una sociedad y los intereses coyunturales de cada persona, hará que unos sean indiferentes ante la nueva reforma laboral, otros se sitúen detrás de determinadas pancartas o, sencillamente, otros opten por quedarse en casa porque está de acuerdo en cómo se están desarrollando las cosas y quieren una evolución más rápida de los acontecimientos

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Mariana Vahlis
Antropóloga
Grupo de Extensión Universitaria MásAntropología
Universidad Central de Venezuela

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